Miedo.
Sobre todo, sobre todos.
Hambre.
Tal
vez fuese un obstáculo salvable, tal vez no; si lo supimos, no
quisimos creerlo.
No
hubo razones, ni razonamiento ni comportamiento. Cinco segundos para
arrojar la piel al suelo y ser instinto, impulso latente, ganas;
hambre o sed. Sin futuro, sin consecuencias, sin pensar o sopesar;
solo sentir y saciar. Descubrir por qué nos fue imposible anteponer
la razón, esconder las excusas, bebernos el desasosiego; oler y
tocar. Porque la novedad es extática, fantástica, y tu piel … Tu
piel sabía a rabia y traición, a inocencia interrumpida, lazos
raídos y corrompidos; ganas de morder y caer. Nos faltó tiempo y
paciencia, acusamos la falta de una calma fermentada, quisimos ganar
sin ser descubiertos. Y allí, arropados por un cielo que creímos
cómplice, decidimos ser menos “tú y yo” y ser más ígneos;
como una columna de humo negro que se alzase valerosa en la noche,
dejando atrás un rastro de cenizas que, sencillamente, desapareciese
en silencio. Para siempre, como si nada hubiese sucedido, como si la
deslealtad cometida fuse un fuego fatuo o el alma de un ser
fallecido.
[…]
Hambre.
Sobre todo, sobre todos.
Miedo.
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