2.25.2013

Deseos de azúcar

Nadie decide el momento y el lugar.
Basta una piedra mal colocada en lo alto de una colina, un árbol en flor en pleno invierno, una nube solitaria frente a un inmenso cielo azul. Un olor, una mirada, un roce, un recuerdo. Y todo cambia. La realidad se sacude y todo nace de nuevo.
El mundo se desprende de sus ropas plagadas de prisa y malos ratos y comienza a brillar bajo nuestros renovados ojos. Todo se amplifica. La mente encerrada entre nubes de polvo sonríe porque ahora vaga libre entre deseos de azúcar que antes eran humo.
Un segundo de indecisión basta como motor de esa explosión. La elección adecuada. Una chispa. Sólo eso.
El mundo entero estalla en vítores porque ella, cansada de su jefe, de su horario, de su oficina, de su silla, de su mesa, de la taza blanca con letras negras que contiene tres bolígrafos, dos lapiceros y un subrayador fosforito. Se ha revelado por fin. Al levantarse de un salto, un grito de impotencia y rabia ha salido de su garganta cruzando el aire y resquebrajando la rutina. Después, sin mediar palabra, ha salido a la calle, bajo el renovado sol y en su mente ha sonado ese clic desencadenante de la sonrisa en la mente y la calma en el corazón.

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