6.20.2011

Estúpida dependencia

Segunda reflexión.
¡Qué estúpidamente habitual es despertarse con el deseo de ser abrazado! Casi igual de estúpido que esperar una respuesta sincera o un acto de valentía que ablande los corazones más fuertes.
Somos seres fuertes, capaces de soportar las adversidades más sorprendentes, temperaturas extremas y condiciones físicas inimaginables. Somos seres independientes, capaces de darnos cuenta de que somos una conciencia aparte del resto, capaces de dominar a otros, de doblegar nuestras necesidades por el mero hecho de probar nuestra fortaleza mental.
Somos seres increíbles hasta puntos insospechados, pero, al mismo tiempo y, contradictoriamente, somos estúpidamente -perdonad la redundancia- sensibles: al tacto, al sonido, al olor, a una imagen, a un sabor... Somos sensibles y necesitamos de esos sentimientos, de esas emociones para continuar. Cualquier excusa es válida, sea un buen cuadro o un buen libro, pero también una canción que nos llegue al alma o el olor del café recién molido.
Y, ¿en qué se basa esa dependencia?... En la costumbre.
Ya lo decía mi buen amigo (si se me permite la libertad de referirme a él así) David Hume: todos nuestros razonamientos están basados en la experiencia, en la relación inextricable entre la causa y el efecto.
Así esa melodía será siempre especial una vez que la hayas oído, reconocida como ese viejo amigo que te trae un recuerdo u otro.Y, del mismo modo, ocurrirá con cada uno de los ejemplos citados anteriormente.
Pero, he de admitir ¡qué estúpidamente reconfortante es recordar ese abrazo cada mañana! Casi tanto como oír de nuevo esa canción que era la vuestra, como esa foto que te lleva lejos, ese olor que crea, irremediablemente una dependencia casi enfermiza y que no te suelta jamás.
¿Llegaremos algún día a superar esta situación?
Si sabes que ese día no regresará, ¿por qué sigues escuchando la canción que sonaba, mirando las fotos que se hicieron y recordando el olor y el color de cada segundo?

Simple y estúpida dependencia.

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