Algo tan mágico, un lazo tan fuerte. Una fuente de equilibrio espiritual, de ganas de vivir y otorgar vida. Gritar, reír, respirar. Ver la luz, vivir en ella. Sentir cada mañana que existe un motivo, pasar las horas entre memorándum fugaces. Volver a casa o salir de ella, siempre con la seguridad latente, la confianza ciega, esa sensación cálida en lo más profundo del pecho síntoma indudable de su existencia.
Y tú que sin saberlo me has hecho tanto bien. Me pregunto cómo podría llegar a hacerte comprender que aquí, ahora, en este purgatorio fatal en el que nada existe sino el qué dirán, donde millones de dardos envenenados surcan el aire en pos de almas inocentes, tú, eres mi todo.
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