10.15.2012

∞ × ∞

"Ya de amar, hazlo a lo grande. Hasta que sientas que te explotan las venas".

La frase queda suspendida en el aire. Quizás la sostengan las motas de polvo que caen despacio sobre la cama, quizás la traigan en volandas los débiles rayos de luz que se cuelan por la persiana y se estrellan en la pared. Mural repleto de fotografías y recortes de todas formas y tamaños. Amigos, recuerdos, sueños, pequeños detalles que nos hacen sonreír cada mañana. Y, sin embargo, pese al trabajo que resultó reunirlos y colocarlos, mueren al lado de su sonrisa al despertar. Ni siquiera hace falta que la vea a diez centímetros de la mía, con intuír es suficiente. Con sentir su aliento sobre el mío ( o quizás sea el mío sobre el suyo) me basta y me sobra.

Duerme inocente y dulce. Como si jamás me hubiese pedido un último beso en el límite de lo racional, como si los juegos que inventamos no fuesen retorcidos y peligrosos, como si se liberase de todo pensamiento estructurado y cada mañana fuese a empezar de cero.
Su piel apenas se mueve, sólo lo suficiente para que un par de líneas negras se desplacen arriba y abajo rítmicamente, dibujando un pijama de sombras sobre los hombros y los setenta y tres lunares que conozco (y reconozco) como parte de su geografía y mi territorio.

En su sueño adivino alivio, puede que se deba al abrazo con el que me rodea impasible o a las piernas con las que me calienta los pies (acto reflejo derivado de un inconsciente deseo de protección). Alivio de tenerme, de tenernos, de estar vivos y respirar el uno junto al otro.

Maldita dependencia sin embargo. Acaricio su mejilla. El día que él se acabe, se acabó mi mierda también. Y sonrío porque esa mierda es enorme, se me agarra a los pulmones y me colapsa el corazón y el cerebro. Hace que mis venas latan con fuerza y se me atraganten las palabras para morir en un silencio compartido sobre las sábanas. Si pienso en la luz al final del túnel, me entran náuseas y temblores. Y eso es sospechoso.

Nadie me dijo que el amor era como estar metido hasta las cejas. Joder, pero qué inocentes somos. Es la mayor droga encubierta y encima creemos que es sano. Somos idiotas y felices. Adictos sin perdón.

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