5.22.2012

Madrugada en cursiva.

"Si te hace sonreír, es porque te hace bien. Si te hace bien, no lo dejes escapar".

Se podía descifrar en la dedicatoria que mancha la página en blanco, aislando una portada raída de un moribundo cúmulo de páginas.
Me levanto en silencio y sacudo la cabeza. Mariconadas,sueños vacíos. Desvío la mirada y, a través del cristal, la ciudad me saluda mientras despierta desnuda y entumecida entre las faldas de otra noche pasada de vueltas. Desnuda, pasada de vueltas, como ella entre mis brazos.

El empático paralelismo entre ella y yo me somete, me hunde, me ata al ancla perdida entre los punzantes muelles de mi colchón relleno de grietas, gritos y grutas... Llevo tiempo queriendo cambiarlo, pero me es imposible deshacerme de lo único que conserva su olor y parte de su calor. Le gustaba precisamente por su deterioro, moría por destrozarlo cada madrugada. Decía que era nuestra pequeña contribución al arte moderno y yo la creía. Y la creía creyéndolo.

Ahora sólo queda su melodía en la cocina, sus cuatro arabesques rusos en el pasillo y algún pelo en la alfombra del  baño. Más que recuerdos, son clavos que me cuelgan en una pared donde la pintura hace tiempo que se secó.
Y sé que no sirve de nada excluír su presencia, ella aún duerme conmigo quiera o no. Tratar de pensar que nunca existió, escudarme en otros cuerpos, fingir que soy inmune y vencer toda reflexión lógica por mero autoconvencimiento de la mentira es mi nueva rutina. Subsisto a base de un recuerdo que ilumina y destroza mi alma a partes iguales.

Me conformo con pensar que mañana no será así, será distinto. Mañana volveré a reflejar en mis pupilas aquella cita cursi manchada en la página del moribundo cúmulo de páginas que me dejó envuelto entre estos raídos muros.

-Mañana empezaré el libro de nuevo. Con su pluma. Por ella, por mí.

-Qué declaración tan bonita -musita una voz en mi espalda- podría oírla toda mi vida.

Su voz resuena en la estancia como el susurro del aleteo de una mariposa. Mi corazón y mi respiración sostienen en vilo la esperanza. Mi cerebro se queja en una punzada aguda de la incoherencia de la situación y, lentamente, me vuelvo para descubrir su mirada atenta, cálida, la única que quería encontrar y retener el resto de mi existencia. Joder, ha vuelto.
Sé que mi respuesta es crucial, o todo o nada, nuestra vida o mi vida.

-Sí... Pero ahora quiero que me la cuentes tú a mí.

Sonríe.

En un suspiro, aspiramos la distancia que nos separa y ella hunde su nariz en mi cuello dejándome volver a abrazarla mientras atisba por encima de mi hombro las últimas palabras que me había dejado escritas en el único libro suyo que me quedaba y que no había podido tocar.

[...]

                                                              

   Epílogo:

Tenía calor y sed, o sed de calor. Abrí los ojos lentamente y encontré la botella de whisky vacía en el lugar donde debería estar su cuerpo dormido. Mierda. Volví la cabeza y recorrí con la mirada, aún somnolienta, las sombras de la habitación. La descubrí de pie junto a la ventana, fumándose el insomnio con calma, en silencio.
Fue tan rápida y directa que no tengo claro si lo hizo premeditadamente o como acto reflejo, si había pensado darme un margen para despejar la mente, o prefirió que no me enterase muy bien de la situación. Alzó el brazo derecho con decisión y, en un destello metálico, disparó el arma dos veces: una en la boca del estómago y otra en el lado derecho de mi pecho. Fue precisa, quería que fuese lenta.
Recibí el impacto frío y letal como quien lo vive en un sueño, esperando despertar de un momento a otro. Pero no era así. La sangre comenzó a brotar de mi cuerpo: al principio tímidamente, en forma de hilo, luego con más fuerza, a borbotones. Caía entre las grietas del colchón, empapando la alfombra y el parquet, deslizándose oscura y sinuosa. Ella esperó hasta que el charco llegase a sus pies para hablar.

-Eras tú o yo, mi vida. Debes desaparecer para que deje de querer hacerme daño, es así de simple.

Susurró las últimas palabras que oí en mi vida tan dulce y pausadamente, que llegué a creer que era hasta bonito. Se acercó a mí y se llevó en un beso, mis últimas palabras y mi último aliento consigo. Fue una muerte justa: mi vida por el sufrimiento que yo le había causado. Una muerte poética, una muerte en cursiva.
                                                                                                                                

1 comentario:

  1. gracias Inés, que sepas que yo tampoco me llegue a olvidar nunca de ti

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