5.15.2012

Hysteria

Perfecta y precisa, hacia dentro en un suspiro.

La electricidad surge en las yemas de mis dedos y se extiende quemando las venas, hirviendo la sangre, arrasando a su paso hasta eclosionar a la vez en mi pecho y en mi mente. Cierro los ojos con fuerza. Me agacho en el suelo y coloco mis manos sobre mis sienes, presiento que va a explotarme la cabeza, no puedo con ello, ello puede conmigo.
Lo toco, lo huelo, lo aspiro, me embriaga, me asfixia y me convierte en un recipiente falto de consciencia, útil en sus deseos incoherentes y desenfrenados.
Noto cómo las gotas de sudor frío bajan por mi espalda, creando un remanso de rocío sobre mi dermis tatuada, haciendo que me arda su nombre. Es casi imposible de soportar. Me levanto de un salto y reviento la vieja televisión contra el suelo. Al caer, genera una imagen irónicamente parecida a mi estado mental. Pero no es suficiente, destrozo todo lo que encuentro o invento, todo reducido a mis pies por la gracia de mis manos, convirtiéndome en una alegoría divina.
Y me encuentro con sus ojos (agazapados en un rincón, enmarcados en el desorden) y con su sonrisa, donde la sorpresa y el miedo se pelean por morderla.

Dejamos suspendido el momento por ahorrarnos su pérdida y ella se arrastra hasta el epicentro del caos, donde yo aún rezumo histeria por cada poro. Pero parece no importarle, recorre mi brazo con la punta de sus dedos y se detiene en la muñeca. Sabia comprobación del ritmo cardíaco. Pero comete un error fatal: hace que mis ojos se posen en la suya y ceda al impulso de cogerla entre mis manos. Es extremadamente frágil. Sonrío. Ella es lo más frágil que vaya a encontrar.

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