4.27.2012

Para el que capte la ironía entre líneas

Llueve. Y su falda empapada guarda con celo cada asalto a traición en las esquinas más remotas de la ciudad, cada noche que compartí carcajadas con el viento del amanecer por volver a casa con su sabor entre los dientes.
Pero hoy permanece impasible bajo la lluvia, inmune a los que la miran por la calle (curiosos que murmuran historias sobre ella, sobre nosotros) con la sonrisa esperando escondida en la comisura izquierda de los labios más incasables jamás creados.

Acelero el paso para que no se escape, otra vez, y llego hasta ella sin aliento, con el corazón en una mano y el estómago invertido en el cuerpo. Pero merece la pena por mirarla a los ojos, que son lo más delicioso que existe en este mundo de mierda y mentiras. En ellos recuerdo cada vez que me perdí en su geografía (física o inconscientemente, bajo la lluvia o las sábanas). Viene a mi mente cada instante que me dejó acariciarla mientras escuchábamos canciones que nos sabíamos de memoria, sólo por el placer de agotar el tiempo que nos quedase tirados en el suelo, retándonos en batallas mentales a cada cual más estúpida por el simple gozo de llegar a un punto sin retorno, a ver cuál de los dos se quedaba sin opciones antes y lo se lo confesaba al otro.
Pero despierto de mi ensoñación con una bofetada que me cruza la felicidad: en sus ojos no queda nada.

No puede hacerme esto... Me da un vuelco el corazón, el pobre late con fuerza en mi pecho, anticipándose a lo peor. ¿Por qué no me dice nada?,¿por qué sonríe sin más?,¿dónde estoy yo si no existo en ella?
Busco sus manos en medio de la histeria que atenaza mi cuerpo y sólo consigo manchar mis dedos con la tinta de los poemas que escribió en un pasado ahora incierto y sumido en la oscuridad. Joder, no puede ser. La abrazo con fuerza y trato de volver a fundir su alma con la mía, mientras las lágrimas se deslizan sobre mi mandíbula apretada, y se confunden con las gotas de lluvia. Parece una escena de película romántica, ella lo habría odiado.

Y, en una décima de segundo, mis ideas se ordenan. Justo en el instante en el que siento un peso frío, pequeño y penetrante que me aprieta el estómago. El miedo a perderla se congela y suspiro aliviado, no se había ido, no del todo. Bajo la cabeza y descubro su sonrisa escondida en mi jersey. Se aleja unos milímetros, sólo lo necesario para que descubra lo que yo ya me intuía: una Auto Ordnance 1911A1 sacada de su película favorita y escondida bajo su abrigo. Por supuesto. El arma reluciente, me sonríe con ella.

Alguno de los dos habría acabado haciéndolo, pero yo siempre supe que sería ella. Le devuelvo la sonrisa. Puta loca esquizofrénica, sigo anticipándome a tus ideas incluso en esto. 

-Dime qué canción quieres oír antes de morir.

Y le susurro que la nuestra, en un intento de volver a la escena romántica y conseguir una última sonrisa suya para presentarle mis respetos a Caronte.



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