3.28.2012

Una hora y trece minutos después

*(El título no es broma ni capricho, para entender esta entrada sería conveniente echarle una ojeada a la anterior, "Misirlou").

A mi mente sólo acude la imagen de una fresa, me atre su forma, su sabor y, sobre todo, su color: rojo como una promesa. Cierro los ojos al tiempo que él entra en la habitación y se sienta en el suelo sin una mirada. Antes quizás se hubiese tumbado a mi lado, quizás me hubiese cogido de la mano, pero todos esos "quizás" quedan atrás, relegados a las tardes de guitarra y caricias.

- Él no hará que encuentres la felicidad.

Que palabra tan interesante.

- ¿Qué es la felicidad?- murmuro en un vago intento de saborear el término. Pero, mientras oigo el soliloquio incesante que acabo de provocar en los labios que en su día prefirieron un beso a un cigarro, dejo que el recuerdo vuelva a mi mente.

- Te está destruyendo ahora que ha acabado consigo. Y tú te dejas llevar por inercia, porque crees que aún sientes algo por él. Metafóricamente, él es el humo que te tiene cegada, que te asfixia lentamente. Yo te conozco, ¿por qué no luchas?

El recuerdo es más nítido que el presente.
Mi presente -tuerzo la cabeza- está ahí sentado, con sus juguetes esparcidos por el suelo, rumiando un delirio filosófico, limpiando cada pieza con la delicadeza con la que solía abrazarme.

-La felicidad es una idea -dice. Y tiene algo de sentido, sólo que él no es parte de mi idea, ya no -asiento en una especie de autoafirmación y muevo el brazo que tengo bajo la nuca para comprobar que la prueba del pasado, (del nítido recuerdo), sigue ahí, físicamente irrefutable.

- El otro día recordé un proverbio chino que dice algo así como que ciertas personas de este mundo están unidas a través de un hilo invisible que puede alargarse o enredarse, pero que jamás puede romperse. Por eso te he traído esto.- Entre sus dedos, atrapado, se mece un hilo de color rojo. Lo anuda con suavidad a mi muñeca y me deja comprobar como en la suya existe uno igual.- Así, el día que comprendas que soy yo y no él, podrás culpar al destino.

Miro el hilo. Sigue ahí, desafiante, como prueba fehaciente de la existencia de tal... -¿Felicidad?- El recuerdo se torna aún más nítido, como una corriente de aire que se lleva el humo que me envuelve y me une al heroinómano sentado en el suelo.
Y todo cambia, el humo se convierte en pasado y el aire en presente. Él sigue hablando, ajeno a mis cavilaciones, seguro de mi lealtad. Mientras tanto la cámara de aire de la jeringuilla se llena de volutas de humo rojo, como el hilo, como la promesa.
¿Sería justo odiarle por cada vez que utilizó mi sangre como sujeto experimental, cada noche que no volvió a casa por un pico (o dos), por cada "te quiero" falso que me dijo con las pupilas dilatadas? ¿Sería justo dejarle y amar a otro, por ingrávido que sea? Se lo pregunto sin esperar una respuesta. Sinceramente, sólo quiero saber cómo reacciona al oír la palabra "amor": nuestros ojos se unen, pero no se entrelazan.
  Nunca hubo hilo rojo, el humo me impedía verlo.


                                                                                                                         (A LXXIII por ser aire).

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