12.01.2011

Russian Red y sus labios,para siempre, sobre el papel

La perdí el primer domingo de marzo, de aquel año asquerosamente lluvioso y deprimente.
Me dí cuenta de que la había perdido, dos horas y cuarenta y cinco minutos antes de que ella se levantase del futón empapado en recuerdos y alcohol, se vistiese en silencio, se pusiese aquellas ridículas botas que adoraba y, sin una nota, se llevase su olor fuera de la estancia y de mi vida.
Aún recuerdo ese olor a verano y sus locuras, que me arrastraban como la corriente arrastra al guijarro. Cuando la conocí, no daba ni un centavo por ella, no era bonita, ni tenía una figura excepcional y realmente tenía algún tipo de transtorno mental. Fumaba tanto que sus pulmones debían parecerse a coladores ennegrecidos y, en ocasiones, bebía hasta la saciedad sólo con el pretexto de olvidarse de sí misma. Se odiaba y ni siquiera ella sabía el por qué.
Me enamoré de su locura cuando compartimos el primer canuto, lo preparó con sigilo y habilidad, como si fuese algo cotidiano, algo que acostumbrase a hacer todos los días las 24 horas del día -probablemente fuese así, no lo voy a negar-.
Aquel día habíamos bebido unas cervezas y ella me lo ofreció, ¿qué iba a hacer?¿rechazarlo? Salimos a la azotea y allí empezó nuestra amistad, hablamos tantas horas y fumamos tanta hierba que no recuerdo el momento exacto en el que supe que igual que ella no podía dejar la nicotina, yo no podría volver a dejarla a ella. Nos vimos más veces, en más fiestas, en reuniones de amigos...siempre acabábamos en la azotea, riéndonos de aquellas diminutas personas que se veían abajo, a lo lejos, vislumbradas entre el humo de la droga que nos consumía a ambos. Al final, comenzamos a quedar los dos solos, sin intermediarios. Su espontaneidad asustaba al principio, a veces llegaba a mi casa borracha y semidesnuda y me pedía un hueco en mi sofá, otras, me regalaba una botella de champagne y hacíamos el amor después de horas de conversación civilizada. Un día incluso me subí al que creí que era su coche y después descubri que lo había robado. El pobre Seat quedó convertido en un lugar putrefacto entre vodka y hachís.
Así se sucedía nuestra vida, yo dejé mi carrera y ella al resto del mundo. Solos el uno para el otro. Yo me convertí en su guijarro y dejé que ella me guiase en esa vida, que lejos de ser mala, era oscura y extrañamente excitante. Algo había en todo ese alcohol, droga, sexo y noches en vela que me resultaba irresistible.Llegamos a ser uno.
Así fue como una noche, después de otra gran fiesta en algún bar de cuyo nombre ni me acuerdo ahora ni me acordé en su momento, me desperté atónito porque una sola idea figuraba en mi mente: ¿y si ella me dejaba? ¿qué me quedaba? ¿a dónde iría? Y de ahí, mis pensamientos divagaron hasta llegar a una conclusión desgraciadamente certera: me iba a abandonar, esa misma noche, lo presentía. Intenté con toda mi alma olvidarme del asunto, no darle más pie a la preocupación porque entonces se haría realidad (¿habéis oído que cuanto más deseas una cosa, el mundo entero tratará de hacerla realidad? me lo dijo un amigo y creo que tenía razón), 165 minutos después, cuando volví a abrir los ojos, ví como ella se iba sin decirme adiós... Tal y como se había ido, entre una niebla incierta de olor dulzón.

1 comentario: