10.21.2011

Decían que se parecía a James Franco

La gente habla y nosotros, infelices subordinados de la opinión pública, escuchamos.
De él dijeron cientos de miles de sandeces, algunas más graciosas que otras.
Decían que se parecía a tal o cual, que desprendía un aroma especial (creo recordar que la descripción precisa era algo así como "personalidad extremadamente fuerte, con altas dosis de alcohol y nicotina"). Decían que era un rebelde a su época, que no inspiraba confianza, que miraba por encima del hombro y que tenía expectativas demasiado altas para su condición.
Lo definían como un hombre sereno, de voz ligeramente ronca y tos de ordinario. También hablaban de sus ojos, que, contradictoriamente, sí eran cálidos y que, por ello, resultaba tan extraño mirarle a la cara.
Murmuraban que su voz, rota por los excesos, cantaba de vez en cuando sus lamentos con respecto a la vida acompañados de su guitarra, o que sus manos, callosas, empuñaban la pluma a menudo para quejarse de la sociedad.
Hablaban de un hombre que llamaba la atención a su paso, cuya imagen no era la más adecuada ni mucho menos. Alguien que podías encontrar en algún tugurio de madrugada medio muerto sobre la mesa o bien, en brazos de varias mujeres.

Pero lo que toda esa gente no sabía es que hablaban del hombre al que amé. Tan desesperadamente que, la gente se reía, me leía en la cara los sentimientos y, sin embargo, yo sólo veía la suya.
Lo que la gente ignora, es que era perfecto en su imperfección y que yo, me enamoré de esa faceta.
Lo que yo ignoro, en cambio, es que el tiempo existe.

Le apodaban Quevedo,o algo así, por la gracia de la fisionomía.

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